jueves, 5 de abril de 2012

'El Tiempo' sí se detiene


Por: Julio César Londoño
EL ESPECTADOR
24 MARZO 2012


En su momento, a muchos nos gustó la compra de El Tiempo por parte de Planeta.
Que el periódico pasara de una familia que ya era más política que periodista (había dos Santos en el gabinete) a manos de un grupo que manejaba medios y libros, era una buena noticia. El caso del cierre de la revista Cambio, por ejemplo, fue la demostración palmaria de que el apellido Santos era un lastre insalvable para la independencia de El Tiempo. De aquí el portazo con el que Enrique Santos Calderón, el último periodista de quilates del clan, se largó de esa casa.
Pero que Luis Carlos Sarmiento controle ahora el 88% de las acciones del diario, es una pésima noticia. Primero, porque Sarmiento y sus alfiles saben de todo menos de periodismo; y segundo, porque el espectro de sus intereses es tan vasto (bancos, industrias, minería, agricultura, infraestructura, hotelería, negocios inmobiliarios, energía, combustibles) que la independencia del periódico tenderá a cero. Me imagino los consejos de redacción: tarea: enumere tres actividades humanas que no estén relacionadas de alguna manera con el Grupo Aval... bueno, que sean dos.
Hace unos años, cuando todavía eran empresas familiares, los periódicos eran más independientes y la información económica estaba menos censurada. La información política, en cambio, tenía muchos sesgos. Recordemos. “El Espectador trabajará en bien de la patria con criterio liberal, y en bien del liberalismo con criterio patriótico”.
Hoy la situación se ha invertido. Los medios están en manos de los cacaos, unos señores apolíticos o “plurales” o simplemente cínicos (“el dinero no tiene color”) que no vacilan para tirarle a la turba la cabeza de un ministro (el stock de muchachos graduados en Harvard es inagotable) ni les tiembla el pulso para publicar “información caliente” (chuzadas, falsos positivos, parapolítica, ciertos escándalos). Saben que la pauta depende del rating, y el rating de la credibilidad. Pero son muy celosos con el manejo de la “información fría”, la económica (la reputación de un banco es sagrada). Por eso es que el tema de los onerosos costos de la intermediación financiera, una variable que afecta de manera decisiva el desarrollo de las naciones, no se ventila en los grandes medios.
Sarmiento dirá que él también tiene derecho a participar en el sector de la información, como todo pulpo que se respete, y tiene razón. Es una operación legal, pero no es ética, sobre todo en su caso. Hay que recordar que fue él, con el yupi César Gaviria y su gurú económico Rudolf Hommes, los que tuvieron la genial idea de ligar los Upac a las tasas de los DTF, una maniobra especulativa que desencadenó una crisis inmobiliaria de proporciones, el terremoto silente que dejó en el asfalto a decenas de miles de colombianos. Nunca se conoció la cifra exacta de las casas “tumbadas” por el tsunami Sarmiento pero es probable que haya ascendido a nueve o diez Armeros. Con frecuencia los métodos de los hombres son más bárbaros que los de Jehová. Por fortuna el Gobierno corrió a auxiliar... ¡a los bancos! De esa época data el impuesto del 4 x 1.000 (que empezó en 2 x 1.000 pero empeoró), un salvavidas que el Gobierno, es decir, el pueblo, le tiró al banquero desvalido, a esas almas de Dios que se declararon ilíquidas y encartadas con decenas de miles de casas (o de “ranchos”, como dirían en el club).
Los periódicos tienen tal valor social y juegan un papel tan crucial en la suerte de las democracias, que no deberían estar en las garras manos de los banqueros ni de los grupos económicos, y mucho menos en grupos que tienen bancos. Como nadie ignora, el periódico sabe mejor con café que con cacao.

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