· El HERALDO
15 de Abril de 2012 - 09:32 pm
Entrega de títulos a comunidades negras de Palenque, por parte del presidente de Estados Unidos, Barack Obama. Recibe, Sebastián Salgado. foto Reuters.
No recuerdo haber visto parálisis ni siquiera gran movimiento de seguridad en Nueva York ni en Madrid, ciudades donde me pillaron acontecimientos del calibre de la Cumbre de las Américas en Cartagena. Transcurrieron dentro de la normalidad y lo notamos aquellos que estábamos pendientes de lo que se cocinaba allí.
La experiencia neoyorkina fue la primera visita de Fidel Castro a Naciones Unidas, en plena guerra fría, donde se fajó un discurso de siete horas, sin prisa y sin pausa. Afuera protestaban con cartelones los cubanos exiliados con senador a la cabeza, pero de ahí en fuera la vida cotidiana siguió su ritmo. Lo mismo sucedió en Madrid: cordón de seguridad a una cuadra del sitio, pero dejaban pasar a los residentes y transeúntes, y eso que ETA estaba en su máximo apogeo.
Por eso, quedé estupefacta ante la seguridad extrema que aplicaron a El Corralito de Piedra durante los últimos 10 días, cordón que apretaron hasta el ahorcamiento, para la llegada del presidente Obama. Para comenzar, desalojaron a los tuchineros que viven de la venta de tinto y clavaron un Juan Valdez de emergencia, mientras al frente, instalaron una tienda de Artesanías de Colombia, matando la oportunidad para los tradicionales artesanos que allí colocan sus ventorrillos pintorescos. No conformes, el Ministerio de Cultura intervino con retroexcavadoras el cerro donde está el castillo de San Felipe y el Alcalde desterró a los indigentes. Paralelamente, el reducto de cartageneros que aún vive en el centro y los miles que a diario devengan su sustento y su alegría de ese sector quedaron enclaustrados y bajo la lupa de los James Bonds. Encima, prohibieron el uso de las playas, las ventas callejeras y las palenqueras e impidieron a todo cristiano el acceso a la zona hotelera de El Laguito.
Es decir, para los cartageneros la Cumbre se convirtió en un calvario, tuvieron que revivir el vía crucis y se sintieron extraños en su propia ciudad. A la avalancha de periodistas y delegaciones del Continente se sumó la caterva de millonarios de la fauna nacional que aterrizó en sus casas solariegas del centro histórico, como cualquier fin de año, para estar en la pomada con los visitantes y buscar oportunidades de negocios y, cómo no, la fotico, ¡ay!, si con Obama o Hillary, ¡mejor! Y ese rigodón de la cumbre manda la vara lejos: casi 100 millones de dolaretes, léase 176 mil millones de pesitos. (Me caí de la silla ¡plop!)
En eso Uribe tiene razón: fue un gasto enorme con ribetes suntuarios y exceso de lujo que pudo haberse realizado más de acuerdo a la realidad del país, esa realidad que taparon en Cartagena, una de las ciudades con mayor desigualdad del mundo. No digo que debieron llevarlos a dar un paseíto al Nelson Mandela o a Bazurto, porque no se trataba de eso; pero habrían podido hacer uso de contención y sindéresis al organizarla. La verdad, me pareció una puesta en escena de nuevo rico. ¿Lo somos?
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