A manera de presentación
“Debutar como escritor de un libro no es una determinación de momentánea fogosidad, es la cosecha madurada desde la frágil e infantil imaginación de mis pantalones cortos en las tres calles de Valencia, mi pueblo, donde la dureza por la supervivencia hacía buscar refugio en la poesía cantada de un ídolo nacido allí, para amainar la carga del sacrificio de oficios que no tenían veda para la edad.
“Nacer en un pueblo de esporádicos gitanos sin el hielo de Melquiades, no enfrió jamás la búsqueda de la superación abonada por una madre incansable que también cantaba para mitigar sus penas, y esos cantos eran los mismos de la bocina de Vicente, de su radio Phillis de teclas, y de los actos cívicos de la escuela. Eran las letras de Calixto Ochoa, el primer personaje que desafió las polleras de su hogar y se embarcó en un destino sin pasa bordos ni itinerarios y a los años el viento valenciano murmuraba canciones, sometiendo voluntades con una métrica, lírica y picaresca, paridas de una imaginación que terminó siendo la carta de presentación de todos sus paisanos”, del autor William Rosado Rincones.
El autor:
El autor:
William Francisco Rosado Rincones nació en Valencia de Jesús, corregimiento de Valledupar. Locutor y periodista con estudios de producción de Radio y TV en el Colegio Superior de Telecomunicaciones y de Comunicación Social, en la UNAD. Ha laborado en Radio Guatapurí FM, Radio Codazzi, Radio Reloj y Radio Valledupar, la Voz del Cañaguate y Cacica Stéreo. En la actualidad es locutor en Radio Guatapurí AM y redactor en Vanguardia Valledupar.
Génesis campesina de Calixto Ochoa
(Fragmento del primer capítulo del libro El mundo de Calixto)
En las sabanas de ‘Juan Márquez’ comenzó a escribirse la historia musical del hombre que se atrevió a ‘insertar’ en su cerebro la más poderosa ‘máquina’ para crear canciones e inventar ritmos sin conocer tal vez la existencia de la palabra conservatorio.
‘Juan Márquez’ era una región baldía en los alrededores de Valencia de Jesús que tomó su nombre de un hombre que conquistó la montaña a peso de hacha y machete, era un territorio de todos, cuando la ambición por la tierra no calaba en el pensamiento de los humildes habitantes de la Villa; simplemente era su área comunal donde hacían sus sembrados, cosechaban, recogían y se devolvían al poblado.
Además era el centro de aprovisionamiento de madera y la palma amarga con la que renovaban cada cierto tiempo, los techos de sus ranchos, cuando los incendios eran recurrentes debido a la mala puntería de los borrachos a la hora de tirar las colillas originando pavorosos incendios. En esa región, fue donde Calixto Ochoa reunió la plata con la que compró el primer acordeón a su cuñado Sixto Córdoba.
“Era un acordeón que tenía más esparadrapo que un herido” así lo describió Calixto para referenciar lo remendado que estaban sus fuelles producto del ‘tire y jala’ de esas manos callosas con las que Sixto, le sacaba notas y melodías empíricas sin sospechar que él y otros campechanos araban un terreno que quedó tan abonado que las cosechas aficionadas de esos inicios hoy las saborea un pueblo que asumió esa música como su código de presentación.
En esa zona olvidada por la historia, hoy ‘arropada’ por alambres y parcelada en varias fincas particulares de los que sí dimensionaron el poder capital, se inició el perfil musical de Calixto Antonio Ochoa Campo.
Los insípidos conocimientos del acordeón aprendidos en ese instrumento comprado a su cuñado de quien fue ayudante en el oficio de aserrador, le dieron la fortaleza para emprender posteriormente la gira que lo llevaría a llenarse de requisitos y experiencia antes de posicionarse como una de las figuras más grandes de la música colombiana.
“Después salí a rodar tierra sin fin
dejando sola mi tierra natal
no tengo plata pero menos mal
que ya cambió mi modo de vivir”
Pero Sixto Córdoba, su cuñado, no es el único para citar en el arranque de la vida musical de Calixto Ochoa; en este banderazo hacía la pista de la fama hay que mencionar a dos de sus hermanos mayores quienes ya calentaban motores con ganas de correr el ‘circuito’ del vallenato: Rafael Arturo y Juan Bautista Ochoa.
A pesar del reconocimiento y la destreza que llegaron a tener en el manejo del acordeón no tuvieron la agalla que tuvo Calixto para desprenderse de las ‘polleras’ del hogar y sucumbieron en el letargo del ámbito que les rodeaba, aún con la grandeza que acaudaló Rafael, quien era todo un referente de la ejecución.
Las motivaciones que llevaron al viejo ‘Calo’ como llaman a Calixto sus más cercanos amigos, a tener su propio instrumento fue precisamente porque a escondida de sus hermanos había aprendido con sus acordeones y por las lesiones que le producía en su boca la dulzaina a la que ‘besaba’ permanentemente para darle rienda suelta a su imaginación.
“Antes los acordeoneros se llevaban su acordeón a cada uno de los lugares donde ejecutaban sus labores de manera que era común ver un acordeón colgado en la horqueta de un sillón de un burro o de una mula rumbo a las rozas o cultivos a donde los llevaban para sacarle notas en los ratos desocupados” así lo asegura Milciades Rodríguez un pariente de Calixto, sobrino del padre de los Ochoa.
En la zona de ‘Juan Márquez’ fue donde Calixto a quien se lo habían llevado inicialmente a cuidar el rancho, tuvo cercanía íntima con el instrumento; mientras sus hermanos y paisanos descuajaban la montaña, él era el encargado de ir adelantando la preparación de los alimentos, de tal manera que mientras se ablandaba la carne salada que era el más preciado menú, con harinosa yuca cultivada allí mismo, el muchacho le echaba mano al acordeón de Juan su hermano, y comenzó a sacar los primeros ‘firi firi’.
Por mucho que Calixto tratara de acomodar el acordeón tal como su hermano lo había dejado, este comenzó a sospechar que otros dedos estaban sobando su teclado, hasta que fue descubierto por señalamiento de Camilo Ochoa, otro de los muchachos que hacía parte de la cuadrilla y que le temía al temperamento fuerte de Juan, esto le costó su buen regaño y quizás la decisión de reunir los recursos para comprar el suyo.
La pobreza era la talanquera más abrumadora con la que debían enfrentarse la mayoría de los valencianos a los que les cayó sobre los hombros una especie de maldición pues después de haber tenido todo desde la época colonial cuando sirvió de asentamiento español; de su honroso titulo de capital de provincia, pasó a ser un lugar sitiado por los gamonales que los dejaron sin tierras para cultivar, condenándolos a ser peones de las haciendas circundantes y en donde la mayor maestría era ser ordeñador o ‘pigua’.
Después de que Calixto, dejó de usar los pantalones corticos que su mamá le hacía con los retazos de sus trajes viejos, ingresó a ese mundo de los corrales, bramidos, terneros y caballos en otra estancia denominada ‘Pedro Becerra’ de propiedad de Lucas Monsalvo, un ganadero que sí sabía de las bondades de esa tierra anclada entre Valencia y Aguas Blancas, allí comenzó un ciclo que lo llevó a graduarse con un título que más tarde se le atravesaría en el camino pero con otra connotación: ‘Corralero’ pero, de Majagual.
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