la selva tropical de Suramérica está amenazada. Foto William De Ávila Rodríguez.
En la cumbre climática pueden darse avances en recursos para mitigación y transferencia tecnológica.
Hoy se inicia en la ciudad mexicana de Cancún la decimosexta conferencia de Naciones Unidas para el Cambio Climático. Esta cumbre de dos semanas, que contará con la asistencia de 194 países, intentará de nuevo llegar a un acuerdo para enfrentar la creciente amenaza del calentamiento global y sus cada vez más visibles efectos. Tras un año de la desilusión causada por la cita en Copenhague, los pronósticos sobre la culminación de las negociaciones en un necesario tratado son sombríos.
La comunidad internacional arriba a este caluroso balneario con una fría actitud. Las emisiones de dióxido de carbono y del resto de gases de efecto invernadero (GEI), causantes del fenómeno climático, han seguido aumentando a pesar de la crisis económica mundial. Varias mediciones muestran que el 2010 podría terminar como uno de los años con más altas temperaturas. Los avances en los compromisos acordados el año pasado en Dinamarca -entre los que está un fondo de 30 mil millones de dólares para mitigación en las naciones pobres- son modestos. Y los desacuerdos entre los dos mayores generadores de emisiones de GEI, Estados Unidos y China, continúan.
De acuerdo con la Agencia Internacional de Energía, en el 2008 el planeta produjo unos 30.000 millones de toneladas de CO2, un 50 por ciento más que en 1990. Las dos economías más grandes del mundo, Estados Unidos y China, responden por una tercera parte. De hecho, apenas 10 países concentran el 60 por ciento del total mundial. En el inventario de aquella entidad, el veloz crecimiento económico de China e India ha dejado su huella climática en el planeta: ambas potencias emergentes fueron las que más contribuyeron al 10 por ciento del aumento de las emisiones globales per cápita en las pasadas dos décadas. Así, mientras Estados Unidos presiona por un compromiso vinculante de reducciones de emisiones acompañado por la Unión Europea, los chinos se resisten a ser tratados como potencia responsable y reivindican su condición de país subdesarrollado.
Cancún es, sin duda, una prueba de fuego para el esquema de negociaciones que las Naciones Unidas han venido impulsando. La viabilidad de un tratado global que de arriba hacia abajo imponga las reducciones de los GEI y estructure los costos financieros asociados a esas políticas viene disminuyendo. Mientras la inacción paraliza estos escenarios internacionales, los efectos del cambio climático siguen presentándose en distintos rincones del planeta en la forma de inundaciones, elevaciones del nivel del mar, sequías, altas temperaturas, deshielos y alteraciones de las aguas y los cultivos agrícolas.
La situación geográfica de Colombia hace que sea tanto víctima del cambio climático como un eventual beneficiario de los fondos y estrategias de mitigación y adaptación. Si bien el aporte nacional a los GEI globales es insignificante, unos 65 millones de toneladas, los bosques y la Amazonia nacionales ofrecen una excelente oportunidad para que el país contribuya al esfuerzo internacional frente al cambio climático. Hacer realidad los puntos del acuerdo de Copenhague sobre el fondo de financiación de la lucha contra la deforestación (REDD) y la transferencia tecnológica limpia es la postura diplomática adecuada para el bloque de naciones subdesarrolladas.
Con todas las apuestas en contra, la cumbre de Cancún se anotaría un balance positivo si, en vez de apuntarle exclusivamente a un histórico pacto entre potencias, se detiene a impulsar objetivos específicos, como los recursos para la mitigación y la adaptación. Es tiempo de probar otros abordajes desde lo local hacia lo global.
No hay comentarios:
Publicar un comentario